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domingo, 16 de diciembre de 2012

La francesa Isabelle Dinoire fue la primera en recibir un transplante facial

Hace siete años la francesa se convirtió en la primera persona que recibió un trasplante facial. Ahora describe cómo enfrenta las miradas de los demás y su anhelo de conocer a la familia de la mujer cuya cara ahora lleva.

“Lo más difícil es encontrarme a mí misma nuevamente, como la persona que era, con la cara que tenía antes del accidente. Pero sé que eso no es posible”, dice la mujer de 45 años, madre de dos hijos, que vive en el norte de Francia.

“Cuando me miro en el espejo veo una mezcla de dos. La donante siempre está conmigo”. Y después de una pausa agrega: “me salvó la vida”.

Dinoire regularmente rechaza pedidos de entrevistas en los medios de comunicación y rara vez accede a que la fotografíen. Se la ve relajada y segura de sí misma, pero la experiencia traumática ha dejado su marca, física y mentalmente. Todavía tiene una cicatriz visible que comienza sobre la nariz y va hasta el mentón. Éstas son las suturas que durante 15 horas realizaron los médicos especialistas del Hospital Universitario de Amiens, en el norte de Francia, cuando unieron la cara de la donante a la suya.

Trauma

Habla con un ligero impedimento y con una simplicidad que casi alarma recuerda cómo, en una crisis de depresión en mayo de 2005, tomó una sobredosis de somníferos intentando suicidarse. Despertó encontrándose en su casa rodeada de un charco de sangre y con su perro labrador a su lado.El perro aparentemente la había encontrado inconsciente y, desesperado por despertarla, le mordió y arrancó la cara.

“Desde la primera vez que me vi en el espejo después de la operación, supe que había sido un éxito. No se veía muy bien debido a los vendajes, pero tenía una nariz, tenía una boca. Era fantástico”, explica. “Pude ver en los ojos de las enfermeras que había sido un éxito”, agrega.

El placer que sintió con su nueva cara, sin embargo, pronto se hizo amargo. No estaba preparada en absoluto para la atención que recibió su caso.

Fue perseguida por los medios de comunicación, acosada por transeúntes y curiosos. Dinoire pasó meses después de la operación encerrada en su casa sin aventurarse a salir.

“Fue intolerable. Vivía en una ciudad pequeña, así que todos conocían mi historia. Al principio no fue fácil. Los niños se reían al verme y todos decían: '¡Mira es ella, es ella!”. La hacían sentir como un “animal de circo”, asegura Dinoire.

Uno de los riesgos es que quizás algún día su organismo rechace el tejido del rostro ajeno, aunque ella confía en que, si toma sus medicinas regularmente, eso no sucederá.

Todavía tiene crisis de depresión. Dice que constantemente piensa en la mujer muerta cuya cara le fue donada. Poco después de la operación se puso a buscar en internet los detalles de la donante anónima cuya identidad, como lo establecen las leyes francesas, nunca podrá conocer.

“Cuando me siento triste o deprimida me miro al espejo y pienso en ella. Y me digo a mí misma que no debo rendirme. Ella me da esperanzas”. Y algún día, dice, le gustaría poder conocer a la familia de la mujer para agradecerle por lo que describe como su “donación mágica”(BBC).

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