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domingo, 20 de enero de 2013

National Geographic, El hogar de los exploradores

La joven abrió los cierres de la caja y ahí, envuelto en un molde de porexpan, estaba el tesoro. Casi caigo de rodillas. La bota amarilla de Barry Bishop destellaba bajo la luz con todo el fulgor de la aventura. Antes de que pudieran impedírmelo —estas reliquias se tienen que manipular con guantes de goma—, la tomé en mis manos temblorosas de emoción. Esa bota fue de las primeras en hollar la cumbre del Everest. Bishop hizo cima el 22 de mayo de 1963 junto a Lute Jerstad —el noveno y el décimo en llegar allá arriba—, en el marco de la American Everest Expedition, consagrada a lograr el primer ascenso estadounidense de la montaña. Bishop y su compañero seguían los pasos de su compatriota Jim Whittaker —y el sherpa Gombu—, que puso la bandera de las barras y estrellas en el techo del mundo el día 1, y precedían en unas horas a otros dos miembros del equipo, Hornbein y Unsoeld, que subieron por la cresta oeste. Lo que sostenía en mis profanadoras manos era historia viva de la exploración. Volteé la larga bota disimuladamente para ver si caía algo de dentro: es sabido que Bishop se dejó en la empresa todos los dedos de los pies, congelados en la escalada. La apoteosis de la bota fue uno de los momentos culminantes de mi visita al cuartel general de National Geographic (NG) en Washington con motivo del 125 aniversario de la sociedad, que se cumplió el 13 de enero y que va a servir para que la venerable institución reflexione en profundidad sobre su papel y su futuro.

Una palabra clave, subrayan todos en la sociedad, es adaptación. Adaptación a un mundo cambiante que exige una redefinición de lo que es explorar y de lo que es un explorador. Visitar esa casa madre de la exploración resulta en sí toda una aventura, en el curso de la cual puedes encontrarte, como me sucedió, con gente que sobrevuela el desierto en ultraligero, investiga islas remotas, se zambulle en el océano para colocar cámaras a los peces espada o regresa de buscar la legendaria tumba perdida de Gengis Kan. Tener una cita con la bota de Bishop, en cambio, no es corriente. Ésa y otras piezas históricas de la memoria de la sociedad —NG patrocinó la expedición al Everest, y Bishop trabajaba para ella y ocupó puestos importantes en su staff— se guardan en un almacén en las afueras de la capital al que es tan difícil acceder que empiezo a sospechar que guardan allí el Arca perdida o el ovni de Roswell…

Ya a la entrada de los headquarters me topé en el vestíbulo con una sensacional exposición llena de chillidos y plumas sobre las aves del paraíso, resultado de un estudio de NG que ha durado ocho años y en el curso del cual los exploradores Tim Laman y Edwin Scholes tomaron 40 mil fotos, grabaron 2.256 videos y audios, y… subieron a 146 árboles. El trabajo con las aves del paraíso, que ha dado pie a un reportaje en la revista (con versión ampliada para iPad), un documental de National Geographic Channel, un DVD, un libro y la exposición (entre cuyos grandes atractivos está que puedes practicar el baile de cortejo de una iridiscente astrapia como si fueras un pájaro en celo), es un ejemplo de cómo se hacen las cosas en la casa. Y de cómo han cambiado desde aquel ya lejano día (bueno, en realidad fue de noche) en que 33 tipos muy serios y científicos se reunieron en el Cosmos Club de Washington DC para fundar una sociedad destinada a incrementar y difundir el conocimiento de la geografía. La revista llegó más tarde —el primer número se publicó en octubre de aquel año— y con un formato y un contenido que hoy echa para atrás: artículos sesudos y a palo seco, y estrictamente de geografía. La primera foto no apareció en la revista hasta julio de 1890 —ese año también fue el de la primera expedición patrocinada por la sociedad, a Alaska y Canadá—, y la primera en color se publicó en julio de 1914 (la revista no fue mensual hasta 1896).

Cuando tomo los ascensores para acudir a la larga serie de visitas y entrevistas que me han planificado en NG, no puedo dejar de recordar con un escalofrío de placer que, pese a todos los cambios y modernidades, ésta es la casa que cobijó en sus exploraciones y aventuras a Robert Peary, al almirante Byrd, a Bingham y un montón de gente que cabe calificar de heroica. Conozco personalmente a un buen puñado de los actuales séniors de NG, la crème de la sociedad, los llamados “exploradores en residencia”, pero, pese a su denominación, es difícil encontrártelos aquí; se hallan en sitios lejanos y generalmente peligrosos: el matrimonio Joubert en África con sus grandes gatos, Robert Ballard en algún submarino, Silvia Earle enamorando pulpos, Johan Reinhard rescatando momias andinas, Paul Sereno persiguiendo dinosaurios, Jane Goodall arropando chimpancés… Anoche, sin embargo, tuve el privilegio de conocer a otro explorer in residence que pasó fugazmente por la sede para presentar su investigación en el marco de unas simpáticas veladas que organiza NG. Llegué tarde... En el auditorio estaba hablando un individuo delgado con coleta de su estudio de las remotas islas Pitcairn, el último puerto de la Bounty y sus amotinados. Como muchas de las exploraciones modernas de la sociedad, ésta hunde sus raíces en otras anteriores de la misma.

Efectivamente, en 1957, uno de los históricos de NG, Luis Marden, encontró los restos del legendario y revoltoso barco. “Sabemos poco de las Pitcairn, están lejos y es casi imposible llegar”, decía el simpático investigador de la coleta mostrando fotos, “así que fuimos allí corriendo”. El explorador explicó que trabajan por la creación de la reserva marina más grande del planeta.

A la mañana siguiente me encuentro con el arqueólogo Fredrik Hiebert, fellow de NG, que ha investigado durante 20 años el comercio terrestre y marítimo de la antigüedad, ha realizado excavaciones a todo lo largo de la Ruta de la Seda y descubrió en 2001 una ciudad de 4.000 años en Turkmenistán.

Intimamos. “La arqueología ha adquirido un gran peso en NG, en todos los soportes, tenemos tres arqueólogos en el staff científico”, explica. Apunta que entre los proyectos arqueológicos más interesantes en la actualidad en NG están los de William Saturno (“un hombre con dedos de oro para los descubrimientos”) en el área maya y la búsqueda de la tumba de Gengis Kan que lleva a cabo Albert Yu-Min Lin.

En una reunión con Hiebert y varios otros responsables de proyectos para el aniversario, me explican que va a ser un año muy movido. “El pasado de NG es excitante, el futuro va a ser igual”, señala Barbara Moffet, directora de planes y programas de la oficina de comunicación de NG; “aunque la exploración no es necesariamente la misma de antes en nuestra sociedad: han crecido la ciencia y la tecnología, y cada vez es más importante el concepto de conservación”. Uno de los retos es redefinir en el siglo XXI el concepto de exploración. Habrá conferencias, un tour mundial de luminarias de NG y una gran exposición (véase www.nationalgeographic.com/125). La revista publica este enero un número especial consagrado a la “Nueva edad de la exploración”.

Pregunto —con la esperanza de que me inviten— si se prepara una fiesta de 125 aniversario tan sonada como la del centenario, a la que acudieron Jacques Cousteau y Edmund Hillary (ya no podrán venir: se han marchado a la exploración definitiva). “Esperamos que sí; la gala será el 13 de junio, y en ella se otorgarán a los exploradores las medallas y honores de la sociedad”.

Sin apenas tiempo a anotar todo esto, me embarcan en un tour maratoniano por la sede de la sociedad. En el piso 8 me encuentro (¡esto es National Geographic!) con una mujer neandertal desnuda. Es una estupenda reproducción a tamaño natural muy pormenorizada —incluye el curioso detalle del pelo púbico pelirrojo— que ilustró la portada de la revista de octubre de 2008. Tiene unos ojos azules preciosos, aunque la mutación que dio lugar a ese color es, por lo visto, 18 mil años posterior a los neandertales. “Fue un fallo, publicamos una fe de errores y lo corregimos”, comenta Betty Clayman, jefa de diseño de NG. “Es lo bueno de NG: nos apasionamos y cuestionamos continuamente”. Hago notar que alguien le ha quitado la lanza de la mano a la neandertal, que por cierto se llama Wilma (!). “Está guardada, es muy peligrosa”. Vaya, no sé qué dirá la Asociación Nacional del Rifle…

La generación de historias

En un despacho se pueden ver desplegadas las páginas del número sobre las fronteras del imperio romano y los layout de otros reportajes. “El equilibrio en cada número es muy importante, deben combinarse adecuadamente los temas de ciencia, arqueología, naturaleza, exploración, aventura…”, apunta Clayman. “Algunas historias se desarrollan durante tres años, aunque lo normal son ocho semanas sobre el terreno. Las de animales suelen costar más tiempo, unos seis meses, porque es imposible controlar su comportamiento. Hay una relación muy profunda y continuada entre los investigadores y los fotógrafos, y luego con los editores de las fotos. No es inusual que un reportaje produzca 5.000 fotos”.

La visita continúa con la directora de archivos y colecciones especiales Renee Braden en el anexo edificio antiguo de NG, de 1903, donde se despliegan fotos y bustos de los personajes relevantes de la historia de la sociedad. Aquí, lejos del tráfago de la modernidad, se venera el disco duro de la institución.

Una imagen muestra la célebre reunión de Peary y Amundsen (enero, 1913). Otras, a Byrd en traje de vuelo, Chapman en el Gobi, Beebe en su batiscafo...

Durante la comida, en la cafetería de NG, me sientan entre un buceador cubano, que me susurra rumores acerca de un posible barco anterior a Colón que habría sido descubierto en Cuba (¡), y una tibetana que lucha por salvar las comunidades de su país y su cultura. Sin tiempo a tomar postre ni café, tratando de no exteriorizar mi rencor, entrevisto a George Steinmetz, autor de sensacionales fotografías aéreas de desiertos tomadas desde un ingenio de su invención que se expone en la sede de NG junto con el trabajo del fotógrafo y que me parece de una fragilidad espeluznante. “¿Mi lugar favorito? El desierto de Sonora, por su diversidad biológica”. Steinmetz añade con una curiosa nostalgia: “Desde el aire veía a los escorpiones correr por la arena”. El fotógrafo reflexiona de su aventurera técnica: “No es la manera más fácil, pero es la mejor. Con una cámara en el cuello y una hélice detrás puedes hacer cosas increíbles”. Le pregunto por el miedo, un clásico. “Miedo no, pero respeto siempre, hay que ir con mucho cuidado; aun así, me he estrellado muchas veces”. Steinmetz ha sobrevolado parajes de Egipto, Irán, Tíbet (Bolivia, el salar de Uyuni). “Soy un fotógrafo que vuela”, asevera, y la frase queda ahí suspendida en el aire en toda su julesverniana gloria.

De nuevo en la venerable sala de reuniones, la productora ejecutiva de NGC, Pam Caragol Wells, esposa del célebre genetista de NG Spencer Wells, me pasa un aperitivo del programa de televisión del 125 aniversario. Es impresionante. Retengo imágenes de cirugía biónica, de un cazador de tormentas y de un guepardo que se filma a sí mismo. El programa menciona los valores eternos de la sociedad, y yo le digo a la productora que confío en que algunos hayan cambiado, como lo de marginar a los negros o hacer comer a los hombres y mujeres por separado. Sonríe y añade deportivamente que algunos exploradores trabajaron para la CIA.

Terry Adamson es el vicepresidente ejecutivo de NG. Me recibe en su despacho, en el que destacan pertinentemente varios globos terráqueos. “El aniversario es una ocasión vital para ver dónde estamos y asegurarnos un futuro de por lo menos otros 125 años. Hemos de reflexionar sobre los cambios de la sociedad y dar respuesta a las nuevas necesidades. La manera en que la gente recibe y procesa hoy la información, por ejemplo, es muy distinta y debemos ser capaces de adaptarnos. Lo estamos haciendo, con la televisión, la edición digital, la versión para tabletas y para móviles… En su día fuimos pioneros en el uso de la fotografía, no sin controversia, y hoy debemos serlo en los nuevos soportes”.

La revista amarilla no se libra de la caída general de las ventas de publicaciones y ha habido una erosión de la circulación en inglés —la principal edición—, que ha pasado de los 12 millones de ejemplares en su mejor momento a la mitad ahora. “Pero tenemos otras nuevas ediciones que equilibran el panorama, 37 ediciones en 35 idiomas que no son el inglés —incluidos el farsi, el árabe, el hebreo y el mandarín—, con una circulación combinada de 2.600.000 ejemplares”. Según la sociedad, cerca de 60 millones de personas leen la revista cada mes en el mundo. Adamson no cree que la versión en papel desaparezca nunca, aunque la circulación bajará. “Hay cambios y tenemos que cambiar, manteniendo la inspiración y la calidad”. El mundo nuevo de NG puede apreciarse en la reunión a la que asisto, en la que un jovencísimo investigador, Sam Friederichs, presenta a evaluación su proyecto de monitorizar con cámaras Crittercam acopladas al animal la vida de los peces espada. Friederichs, que es todo un bollicao de Minnesota, muestra imágenes de su trabajo, que incluye luchar a lo Hemingway con esas poderosas criaturas para instalar la minicámara y luego zambullirse para recogerla.

Más tarde entrevisto al famoso creador de las Crittercam, el legendario Greg Marshall, en el laboratorio de ingeniería de NG, en los sótanos. “La primera generación de cámaras las creamos en 1986 y han cambiado mucho desde entonces, sobre todo al reducirlas de tamaño y peso”, dice Marshall. “Al principio sólo podías colocarlas en animales grandes y lentos”. ¿Dinosaurios? Marshall ríe. “No, las grandes tortugas marinas”. ¿Cuál es el animal más difícil para ponerle una cámara? ¿Los leones? “No, los grandes felinos no son difíciles, bueno, no del todo. La foca leopardo quizá sea la más complicada. El ser más extraño al que le hemos colocado una es el calamar Humboldt. El reto es siempre conseguir buenas tomas, aunque lo importante, lo prioritario, es la ciencia.

No esperamos de los animales que sean buenos cineastas. El 90% de lo que vemos es interesante para la ciencia, pero no mucho para los mortales comunes”. Le pregunto a qué animal le gustaría colocarle una cámara. “Nunca se la hemos puesto a un delfín, tenemos el proyecto de instalársela a un cóndor… hay tanto por hacer”. ¿Se lo imagina en insectos? “¡Todo está llegando!”.

Trabajo para largo

Terry García es responsable de una de las áreas nucleares de NG, los programas de las misiones. En su despacho, explica que en un año típico la sociedad apoya y gestiona 300 expediciones y proyectos de conservación. ¿Habrá algún gran hallazgo para el aniversario? , inquiero. “No buscamos hacerlo, pero si aparece, fantástico”. García recalca que hay mucho por descubrir. “Sobre todo en el océano, en lo más profundo solo hemos estado dos veces, merece más exploración”. Para él la inestabilidad política en el mundo “es un reto, pero también una oportunidad”. ¿Acabará alguna vez la exploración del planeta? “Posiblemente no, cuando respondes a una pregunta aparece otra, las respuestas generan nuevas preguntas, e, insisto, los océanos solo están explorados en un 5%”. Y los otros planetas, añado. Terry García esboza una sonrisa. “Sí, de momento no vamos a quedarnos sin trabajo”.

En el despacho de Renee Braden, la fotógrafa está retratando la bota de Bishop que han conseguido quitarme de las manos. Mientras, Braden me explica que vio al escalador y fotógrafo muchas veces en NG. “Solía fumar en el patio, no sabíamos que era él”. Me asomo corriendo a la ventana para ver si el fantasma del viejo explorador sigue ahí. No está, pero el mundo allá fuera nunca ha parecido tan grande y tan hermoso, tan, sí, explorable. Me giro y regreso al reino amarillo de National Geographic dispuesto a seguir disfrutando de la visita y preguntándome si me enseñarán de una maldita vez las viejas cajas de galletas del capitán Scott.

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