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domingo, 10 de mayo de 2015

La Unesco reivindica al mártir de la asepsia



Pocas veces el agua fue tan acertadamente llamada fuente de vida como cuando se la asocia al jabón. Pero la simpleza de la idea y su consolidación actual no tuvo un comienzo fácil.

Quien primero se dio cuenta de su importancia fue un médico de Budapest, Ignác Fülöp Semmelweis (1818-1865), cuando aún no había cumplido los 35 años. Su defensa de la asepsia salvó vidas, pero hundió la suya. Ahora, en 2015, 150 años después de su muerte, la Unesco reivindica su legado al nombrarle uno de los personajes del año.

En la década de 1840 trabajaba en el Hospicio General de Viena. Allí, para su horror, descubrió que las mujeres ingresadas que daban a luz tenían más fiebres puerperales que las que alumbraban en sus casas. Lo vio y —una de sus aportaciones— lo midió: una mortalidad del 30% intramuros; del 15% fuera.

Semmelweis desarrolló una teoría: aquellas mujeres que recibían más visitas de médicos y estudiantes —muchos de ellos recién salidos del quirófano— enfermaban y morían más. Y se le ocurrió medir qué pasaba si sus compañeros se lavaban las manos al entrar en la sala. Una jofaina con agua y un jabón fueron suficientes. Las infecciones se redujeron a menos del 10% de las ingresadas. Él lo atribuyó a corpúsculos necrópsicos, los antecedentes de las bacterias de Pasteur y Koch apenas 20 años después. En vez de un homenaje, Semmelweis recibió un castigo por su trabajo. Fue despedido y fue a parar a un psiquiátrico.


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